domingo, 18 de marzo de 2012

El agua en los restaurantes


Cuando vamos a comer a un restaurante y deseamos agua, la respuesta del mesero es una pregunta: ¿quiere una botellita de agua? La respuesta común es: Si, por favor. Eso significa que nos cargarán el importe del agua solicitada.

Pero hace poco, muy poco, uno pedía agua y le servían de una jarra, sin ningún cobro, el "vital líquido" (como dicen los periodistas). Lo más raro de esto es que ya no me da confianza responder a la pregunta sobre la botellita de agua con un: No, no quiero una botellita, quiero agua simple, pues creo que el agua que me van a dar es impura, contaminada, "de la llave".

¿Se ha empeorado el agua en los restaurantes? ¿si uno pide agua no-de-botellita le darán una cochinada llena de bichos? ¿el agua de las famosas jarras que nos servían antes era de garrafón, hervida, o purificada? ¿Estamos condenados a seguir consumiendo botellitas PET y pagándole a alguna magna empresa por beber agua acompañando la comida en el restaurante?

Hace un par de días, pasando por un pequeño poblado junto a la carretera vi un puestecito de venta de aguas frescas, en grandes vitroleros sobre una mesita con mantel de plástico floreado. Pensé que jamás tomaría un vaso de ahí, pues no me daba confianza, pero después noté que detrás de la mesa había un gran rack con garrafones de agua, dando a entender que con ella estaban elaboradas las bebidas en venta. Sonreí al ver este esfuerzo mercadotécnico, y reconsideré la posibilidad de de comprar un vasito de agua de horchata. Me queda claro que los restaurantes no necesitan fomentar esa imagen de pureza en el agua pues prefieren venderte las botellitas, ¡todo en bien del negocio!

No sé si me atreva a pedir agua común en mi próxima visita a un restaurante, o si sea capaz de solicitarla para llevar una muestra a un laboratorio y averiguar la verdad sobre este asunto.

A veces me gustaría ser más audaz y tener espíritu periodístico. Por lo pronto les lanzo mi inquietud por si alguien se anima a hacer la pesquiza.

miércoles, 1 de febrero de 2012

El oro más valioso de la tierra

Nos escuchó rezando a la Providencia, nos escuchó platicando de la crisis económica que estamos viviendo, nos escuchó tratando de acomodar gastos y deudas para librar esta tremenda tormenta.
Guardó silencio, trabajó con ahínco y dejó el recibo pagado de su colegiatura para guardarlo en el archivo.
Ver ese papel y darme cuenta de lo que significaba me llevó a las lágrimas como nada lo había logrado nunca.
Trataba de identificar mis sentimientos pero nunca se habían combinado dentro de mi: alegría, admiración, vergüenza, orgullo, tristeza y alivio. Seis ingredientes que no había experimentado juntos en toda mi vida.
No podía hablar, solo lloraba, sintiendo que mi corazón se expandía y se contraía, lloré y lloré. Salí a abrazarla, no le pude decir nada, abrazarla y besarla, ¡cómo la admiro!

Queríamos devolverle ese dinero y otro tanto como muestra de gratitud ¡ahora entendí, viví, la parábola de los talentos!

Hoy guardé en un sobrecito el importe que pagó con un piloncito... vale ORO, el oro más valioso de la tierra, del universo entero.

Por su retiro

Ayer y hoy he trabajado duro en la cocina, con mucho gusto, pues Yola está en un retiro.
Admiro muchísimo a las señoras que organizan estas actividades, con gran entrega y entusiasmo. Su apostolado es una belleza llena de caridad verdadera. Mi admiración es una de las razones por las que procuro apoyarlas facilitando que Yola asista.
Estoy convencida del bien que estas cosas hacen, doy gracias a Dios por tantos beneficios y dones.