
Hoy escuché a alguien decir que creer en Dios es como creer en las sirenas, pues ninguno de los dos existen y son absurdos creados por la imaginación del hombre.
Hay muchas cosas que contestar a esa aseveración, y las respuestas que se dieron en el contexto fueron excelentes, pero hace unos minutos presencié la mejor de ellas: un pequeñísimo colibrí voló para comer de un dispensador a un metro de mi mirada.
¿Por qué existen los colibríes? ¿Para qué existe ese pequeño animalito que revolotea en mi patio?
Me fascinó ver su cola moviéndose como si estuviera barriendo el aire, sus alas ultra veloces agitándose y haciéndose casi imperceptibles y su afilado pico insertándose con precisión en el agujero del néctar que un ser humano le regala desinteresadamente.
Ese pájaro no podría ser obra de la casualidad evolutiva, ¿a qué casualidad evolutiva se le podría ocurrir crear a un ser así de raro? ¿para qué? ¿cuál será su papel en la cadena alimenticia de mi entorno? ... ¡ni idea!
Ese es el punto, en mi cabeza no hay respuestas a esas preguntas, porque mi cabeza es casi del tamaño de la avecita comparada con la "cabeza" del que se le "ocurrió" "inventarnos a los dos".
Dios nos trajo a ambos a la existencia, yo lo percibo y él no, pero aquí estamos compartiendo este espacio y este tiempo de una manera maravillosamente misteriosa. Solo Dios puede hacer algo así, sorprendernos así, fascinarnos así.
Yo no sé para que existen los colibríes, pero el que hoy vino a visitarme fue creado para que esta tarde comprendiera un poquitito más quién es mi Creador, eso me queda claro.
Al final de mis pseudo-reflexiones no pude menos que reírme pues apareció en el escenario ¡una largartija!