miércoles, 2 de marzo de 2011
Miedo a amar
Explicar qué es el amor no es sencillo, nunca lo ha sido, así que normalmente nos contentamos con dar algunas de sus características o describir algunas de sus actitudes, sentimientos y facetas.
Me gusta hablar del amor como una escalera en la que se va avanzando conforme el amor va madurando.
El primer escalón es el amor infantil que dice: "te amo porque me amas". Es un amor centrado en uno mismo, donde se valora al otro en función de lo que me da, me aporta, me regala, me hace sentir, etc. Es un amor muy limitado y pobre pues se queda atascado en uno mismo y sus deseos, gustos y caprichos.
El segundo escalón es el amor comercial que dice: "tu me das, yo te doy". Es cuando se dice "dando y dando", "una vez tu, una vez yo" En esta relación se lleva un tipo de cuenta de lo que uno ha aportado para exigir del otro lo mismo y así suele decir: "yo te regalé esto, y tu me debes dar algo similar", "una vez eliges tú la película y la siguiente me toca a mi". Da la impresión de ser una situación de total justicia mercantil. Este "dando y dando" se aplica en lo bueno y bonito, pero también en lo malo y feo: tu me ofendiste, yo te ofendo; tu llegaste tarde, yo me tardo en salir. Es un amor débil pues se sujeta a una virtual balanza que fomenta muchas veces la mezquindad y egoísmo.
El tercer escalón es el verdadero amor que dice: "te amo" y en ese amar lo que se busca es AL OTRO, él es lo más importante, su felicidad y su bien son los motores de mi amar. Aquí ya no se busca uno a sí mismo, ni la supuesta justicia en la pareja, es el amor que se da, se entrega.
Al ver esta tercera categoría, nos podría dar miedo, podríamos pensar: "si yo estoy enfocado en que el otro sea feliz, ¿quién me hace feliz a mi?"
Pues el otro. El te va a hacer feliz porque lo ha prometido, no en un café o bar, lo ha prometido ante el altar del Señor, frente al sacerdote, familiares y amigos. Ha hecho una promesa sagrada de que te va a amar y respetar todos los días de la vida. Ahí ya no tenemos miedo a amar de verdad, porque no seremos abandonados, ni rechazados, nos han prometido amor para siempre y nosotros lo hemos hecho también, asegurándole al cónyuge que nos comprometemos a buscar SU felicidad hasta que la muerte nos separe.
Esta es la médula del amor de pareja, solo sobre esta base se sostiene el matrimonio, desde un amor maduro, verdadero, no egoísta, un amor de entrega total.
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